Un solo ejemplar de caracol gigante africano ha provocado una cuarentena de meses en Florida. No es para menos

Lissachatina Fulica Pet Morgan By Paleogeek
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A inicios de junio, se encontró el primer caracol gigante africano en Miramar, cerca de Miami. Inmediatamente, el Departamento de Agricultura delimitaron la zona, empezaron una inspección exhaustiva e impusieron una cuarentena.

¿Una cuarentena? ¿Por un caracol? Por un caracol, no, por ese caracol. Los expertos del estado fijaron inicialmente un área de unos 200 metros alrededor del primer avistamiento. Hasta nuevo aviso estaría prohibido mover todo tipo de plantas, partes de ella, suelo, desechos de jardín, escombros, compost o materiales de construcción... También, por supuesto, cualquier otro ejemplar de esos caracoles.

Acto seguido, toda esa área fue regado con un pesticida de metaldehído (un compuesto capaz de interrumpir la capacidad de producción de moco de los caracoles y las babosas). Se necesitan 26 aplicaciones del pesticida. Una cada 14 días. Por un caracol, no. Por ese caracol.

¿Qué pasa con 'ese caracol'? Para empezar, que es gigante. El caracol gigante africano puede llegar a medir hasta 20 centímetros y, de media, tiene el tamaño de una mano humana estándar. Según la Global Invasive Species Database, "es una de las peores especies invasoras del mundo" y, sin tanto dramatismo, podemos decir que el Ministerio de Transición Energética de España está de acuerdo. No es para menos.

Puede poner hasta 1200 huevos al año y es un todoterreno: se alimenta, vorazmente, de todo lo que encuentra. Están documentadas decenas de plagas de este caracol con un impacto económica que se cifra en millones.

Además, es un bicho muy duro de pelar. La última vez que el caracol se asentó en Florida (en 2014 encontraron hasta 150.000 caracoles en dos áreas del condado de Miami/Dale), los equipos del Estado norteamericano tardaron 10 años en erradicarlo. De facto, este caracol está ya en amplias regiones tropicales de África, América y Asia/Oceanía.

El mundo que viene. Una de las cosas más contraintuitivas del mundo que viene es que las principales amenazas no serán nuevas. En 2014, un equipo de investigación de la Universidad de Brown identificó todos los brotes de enfermedades infecciosas entre 1980 y 2010. Aunque en esos 30 años el número anual de brotes se triplicó en todo el mundo, las enfermedades no crecieron (ni de lejos) al mismo ritmo.

De todas las "emergencias de salud pública de importancia internacional" que ha declarado la OMS en los últimos años, solo una (la del COVID) fue originada por un patógeno nuevo. Y, a decir verdad, conocíamos patógenos muy muy parecidos a ese. El resto han sido subtipo del virus de la gripe (un virus que conocemos desde hace 2400 años), la polio (descrita en 1789, pero que afectaba ya a los  antiguos egipcios), el ébola (descubierto en 1976) y el Zika (conocido desde 1947). Todo viejos conocidos.

Con las plagas ocurre exactamente lo mismo. No aparecerán nuevas especies invasoras: sencillamente, el cambio climático y medioambiental romperá las 'barreras naturales' que contenía a las especies en sus nichos ecológicos y la globalización, el transporte internacional y el turismo harán el resto.

El caracol gigante africano es un buen ejemplo, pero los mosquitos tigre (o japoneses), los siluros, las cotorras verdes o las almejas asiáticas son problemas que nos afectan hoy aquí en España.

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Imagen | PaleoGeekSquared

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