Dieta GASP: qué dice la ciencia sobre una dieta que promete mucho más de lo que puede cumplir

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Perder peso es una de las grandes obsesiones de nuestro tiempo: nueve de cada diez personas con sobrepeso lo han intentado y lo peor no es eso. Lo peor es que la inmensa mayoría de ellos fracasa. Y el resultado es dramático y peligroso.

Miles de personas buscan desesperadamente una manera de quitarse kilos de encima. Miles de personas poniéndose en manos de gente que, sin ninguna evidencia científica que los respalde, se dedica a hacer promesas que no puede cumplir. Hablemos de la dieta GASP.

¿Qué es la dieta GASP?

GAPS es el acrónimo de 'Gut and Psychology Syndrome'; es decir, de "síndrome psico-intestinal". Tanto el síndrome (como la dieta que tiene ese nombre) fueron creadas por una neuróloga, Natasha Campbell, que empezó a trabajar sobre la idea de que la microbiota intestinal tenía un papel fundamental en el desarrollo y el bienestar psicológico de las personas.

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La idea en sí no es ninguna locura. Desde hace tiempo, sabemos que las bacterias de nuestro sistema digestivo tienen en papel enorme en nuestra conducta (y en nuestra salud mental). Campbell, que trabajaba con personas con autismo, déficit de atención y otras  enfermedades psiquiátricas, empezó a hacer pruebas y diseñó una metodología para mejorar la microbiota y, de esa forma, mejorar el pronóstico de esas enfermedades (y de otras muchas que ha ido añadiendo con los años).

Tras muchos años de práctica clínica, Campbell publicó un libro en 2004 y, a partir de ese momento, empezó a desarrollar todo un movimiento dietético orientado a ayudar a las personas a "eliminar tóxicos" de su organismo y a crear de flores intestinales "sanas". Se ha convertido, de hecho, en una de las dietas más populares del momento. Solo tiene un problema: podemos encontrar testimonios positivos, pero no hay evidencias de su eficacia y, por eso mismo, no debería usarse para perder peso.

¿En qué consiste exactamente?

Para conseguir su objetivo, la dieta GASP restringe de manera "estratégica" los alimentos que podemos consumir. Por un lado, la dieta elimina granos, carbohidratos refinados, azúcares, alimentos procesados y verduras (sobre todo, las que tienen almidón). Por el otro, se anima a consumir alimentos fermentados,  carne, pescado, marisco, yogur, huevos o alimentos ricos en grasas como el aceite de coco. Además, incorpora suplementos como probióticos, aceite de hígado de bacalao y otros aceites grasos).

Lo interesante, de todas formas, es que no se vende como una dieta permanente. La GASP se compone de dos fases: una inicial, muy estricta, en la que se trata de recuperar la salud intestinal y puede durar unos dos años; y la segunda fase, una vez se considera que hay una microbiota sana, en la que se reintroducen alimentos.

¿Y no funciona?

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Hasta donde sabemos: no. Para empezar, porque no hay prácticamente ninguna investigación que permita apoyar la eficacia de la dieta GAPS para mejorar los problemas de salud que dice solucionar. Como decía antes, sí que existen investigaciones que estudian la íntima relación entre la microbiota y la salud mental. De hecho, empezamos a tener evidencias de que un cambio de dieta puede mejorar los síntomas de muchísimas enfermedades. El problema es que la dieta GASP no tiene nada que ver con esto.

No hablamos de una especie de "institución Crochrane" que analiza los ensayos clínicos disponibles sobre el impacto de las restricciones alimentarias o los cambios de dieta en estas enfermedades para luego generar guías clínicas. Nada de eso. Se trata de una serie de materiales comerciales (y cursos formativos) que basan su estrategia de negocio en hacer afirmaciones que sencillamente no se pueden sostener.

Eso ya debería de hacernos saltar todas las alarmas. Pero es que si tenemos en cuenta de que se trata de una dieta extremadamente restrictiva en alimentos que son perfectamente nutritivos y saludables (como los granos, las verduras o la fruta), la cosa se complica. Sobre todo, cuando nos encontramos constantemente con afirmaciones científicamente erróneas (no, nuestro organismo no necesita desintoxicarse) o nutricionalmente incomprensibles (como la idea de que es mejor comer la fruta en forma de zumo).

A diferencia de otras dietas que hemos analizado, no tiene evidencia fiable detrás y desconocemos los "mecanismos de acción" que están detrás de los supuestos efectos de la dieta. Por supuesto, que los que la siguen pueden perder peso; se trata de una dieta muy restrictiva y de muy larga duración. Sin embargo, no está pensada para adelgazar y, por eso mismo, comporta un riesgo alto de malnutrición a medio plazo (especialmente en niños).

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