John y Helen Meyer son los propietarios de los Meyer Sound Laboratories, una empresa dedicada a fabricar productos de audio de alta calidad pero que también tienen en su catálogo un servicio singular: mejorar mediante sistemas electrónicos la acústica de cualquier espacio interior.
Lo hicieron por ejemplo con un restaurante llamado Oliveto en Oakland, California, que hasta no hace mucho era un ejemplo más de cómo mantener una tranquila conversación mientras cenas es casi imposible. Ahí es donde entró en juego Constellation, un sistema que utiliza micrófonos, una plataforma de audio digital y altavoces para recoger el sonido de una sala, modificarlo y devolverlo en una forma distinta.
En las paredes encontramos además el sistema Libra, una serie de paneles de absorción del sonido y que además cuentan con un diseño atractivo. Todo ese conjunto hace posible que el sistema "edite" en tiempo real el sonido que se produce en la sala para ofrecer un ambiente mucho más adecuado para, por ejemplo, mantener una conversación.
"Cada mesa está en su propia zona de sonido, pero no está aislada", explicaba John Meyer. De hecho, comentaba en un reciente artículo en The New Yorker, un experimento previo en el cual se había eliminado todo el sonido alrededor de una mesa había sido un gracaso: "todo el mundo lo odiaba, la sala acabó pareciendo estar muerta". Con Constellation lo que se logra es eliminar las partes no deseables de ese escenario acústico, pero no las elimina del todo. Podemos oir un rumor de las mesas cercanas, pero no es inteligible ni molesto.
Los sistemas desarrollados por los Meyer no son solo útiles en ese tipo de espacios, sino que se han convertido en referente también para salas de conciertos, sobre todo en el mundo de la música clásica. Incluso el Musikverein de Viena -uno de los lugares más importantes del mundo en este ámbito- hace uso de la tecnología de los Meyer para mejorar la calidad del sonido. Ahora solo hay que esperar a que esos sistemas se masifiquen y podamos cenar manteniendo una tranquila conversación con nuestros acompañantes.
Vía | The New Yorker
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